Los padres conversaban en ese bar para ser escuchados. A gritos, serios, crispados.
Sudando goterones, llenos de gomina y laca de peluquería. Brillosos mas no brillantes. Cada uno informando novedades de una vida corta, exagerada. Su niño es torero.
El niño al fondo, ojitos de ratita peligrosa. Brillando con esa luz extraña de los elegidos, mirando al mundo con desprecio, dándole vueltas a su Colacao helado. Solo once años, su sueño es matar. Vestirse con luces inalámbricas, bañarse en sangre, matar para salir a hombros por las plazas de la vida. Pañuelos blancos y olés como consignas de un mundo centrado en vivir a costa de la muerte de un ser acorralado.
“Que de crío capeaba con la toalla, que sabia de memoria todos los toreros de moda, que el Juli era tonto y Jesulín un vaina…” “Cuando lloraba en la guardería lo hacía con una rabia de hombre precoz”... Un lenguaje taurino, machacón, pernicioso, nada gracioso.
El niño se inflaba, sus ojos fijos hacían pensar en los niños soldados de esa guerra donde lo peor era una infancia alborotada por Kalashnikov, niños jugando a repartir la muerte como si se tratara de volantes de Mercadona. Niños guerreros tratando de matar para no ser muertos. Niños hurgando basuras, esnifando cemento. Niños donde el toro es la muerte que embiste a cada paso.
El niño, al que llamaban “maestro”, hacia pensar en una casta donde acorralar y torturar es parte de una diversión tradicional. Argumentada por ritos donde los cuernos y la matanza gratuita dejan seres rabiosos e impotentes. Demasiadas gentes trabajando la industria de torturar. Inclusive la iglesia bendiciendo toreros como un acto testimonial donde Dios elije a algunos para darle potestad para matar por gusto, justificado todo con la palabra arte. ¿Se puede tener arte quitando la vida a alguien? La creación es siempre un resultado generoso, nunca de confundir, ni rebajar.
Este Niño torero viene por otra hambre, no lo hace por comer, por llevar abrigo a una familia sin recursos. Lo hace porque quiere periódico, quiere tele, quiere notoriedad.
Ganar la lotería, dar el pelotazo, triunfar para no aprender. Mejor dicho, no sabe exactamente lo que quiere, por eso la obsesión le hace dar verónicas imaginarias, capotazos al aire, estocadas al azar. Llorar como hechizado cuando se le escapa la razón.
Lo hace porque un torero queda supuestamente libre del miedo de pasar desapercibido. Un torero es un hombre con miedo solo a perder el miedo. Un sanguinario feroz acostándose con señoritas para poder contarlo. Un torero también será llamado poeta si sabe callarse a tiempo. Como si los poetas fueran autistas, como si ir de safari formara parte de amar a los animales. El niño “maestro” repite una letanía de orejas y rabos. Balbucea cifras del dolor sin saber lo fuerte del resultado. Sus padres alimentan ese “eguito” sordo comparándolo con un Manolete imaginario. Sus padres no temen ambulancias, operaciones riesgosas. Ven fincas, automóviles, portadas de revista y gasolineras en su vida futura. El niño comercializará su existencia, no reparan en una soledad angustiante de cuartos de hotel, tardes fallidas, gatillazos en la penumbra del flash. Ni siquiera sospechan que lo peor de los sueños es hacerlos realidad.
En el bar, sin reparo, a gritos, desarmando el futuro de los demás. Su niño jamás irá al verdeo, a recoger fruta con los rumanos. Su niño no trabajará de albañil, ni será víctima del paro. Nunca será carne de andamio. Repartidor, reparador, camarero.
En la vida correrá peligro de enredarse con las mareas si fuera pescador. Su niño se casará con la hija del dueño de una ganadería. Comerá con alcaldes, se sentará a la derecha de la derecha más terca. Habrá plazas con su nombre, hasta en las bibliotecas se dirá algo de él. La iglesia declarará que fue inmaduro en su primera anulación matrimonial, se casara más veces si Dios así lo ordenara.
El Niño mira al suelo fotografiándolo, jurando olvidar ese bar hediondo en el futuro, no querrá saber nada más de esa panda de “pringaos” cuando sea matador. Jamás volverá al pueblo, solo para un pregón. Cuando su madre llame tendrá a alguien para contestar diciendo que el “maestro” esta en América o en una corrida benéfica.
Estos días quedarán como la bruma, remotos e indigestos “como el mierda Colocao este”. Estas tardes llenas de padres locos por él, los olvidará sistemáticamente .Sabrá olfatear de lejos al enemigo. ¿Qué se puede esperar de alguien con su vida consagrada a matar? ¿Ahora dónde queda exactamente el Tercer mundo?
Richard Villalón
Sudando goterones, llenos de gomina y laca de peluquería. Brillosos mas no brillantes. Cada uno informando novedades de una vida corta, exagerada. Su niño es torero.
El niño al fondo, ojitos de ratita peligrosa. Brillando con esa luz extraña de los elegidos, mirando al mundo con desprecio, dándole vueltas a su Colacao helado. Solo once años, su sueño es matar. Vestirse con luces inalámbricas, bañarse en sangre, matar para salir a hombros por las plazas de la vida. Pañuelos blancos y olés como consignas de un mundo centrado en vivir a costa de la muerte de un ser acorralado.
“Que de crío capeaba con la toalla, que sabia de memoria todos los toreros de moda, que el Juli era tonto y Jesulín un vaina…” “Cuando lloraba en la guardería lo hacía con una rabia de hombre precoz”... Un lenguaje taurino, machacón, pernicioso, nada gracioso.
El niño se inflaba, sus ojos fijos hacían pensar en los niños soldados de esa guerra donde lo peor era una infancia alborotada por Kalashnikov, niños jugando a repartir la muerte como si se tratara de volantes de Mercadona. Niños guerreros tratando de matar para no ser muertos. Niños hurgando basuras, esnifando cemento. Niños donde el toro es la muerte que embiste a cada paso.
El niño, al que llamaban “maestro”, hacia pensar en una casta donde acorralar y torturar es parte de una diversión tradicional. Argumentada por ritos donde los cuernos y la matanza gratuita dejan seres rabiosos e impotentes. Demasiadas gentes trabajando la industria de torturar. Inclusive la iglesia bendiciendo toreros como un acto testimonial donde Dios elije a algunos para darle potestad para matar por gusto, justificado todo con la palabra arte. ¿Se puede tener arte quitando la vida a alguien? La creación es siempre un resultado generoso, nunca de confundir, ni rebajar.
Este Niño torero viene por otra hambre, no lo hace por comer, por llevar abrigo a una familia sin recursos. Lo hace porque quiere periódico, quiere tele, quiere notoriedad.
Ganar la lotería, dar el pelotazo, triunfar para no aprender. Mejor dicho, no sabe exactamente lo que quiere, por eso la obsesión le hace dar verónicas imaginarias, capotazos al aire, estocadas al azar. Llorar como hechizado cuando se le escapa la razón.
Lo hace porque un torero queda supuestamente libre del miedo de pasar desapercibido. Un torero es un hombre con miedo solo a perder el miedo. Un sanguinario feroz acostándose con señoritas para poder contarlo. Un torero también será llamado poeta si sabe callarse a tiempo. Como si los poetas fueran autistas, como si ir de safari formara parte de amar a los animales. El niño “maestro” repite una letanía de orejas y rabos. Balbucea cifras del dolor sin saber lo fuerte del resultado. Sus padres alimentan ese “eguito” sordo comparándolo con un Manolete imaginario. Sus padres no temen ambulancias, operaciones riesgosas. Ven fincas, automóviles, portadas de revista y gasolineras en su vida futura. El niño comercializará su existencia, no reparan en una soledad angustiante de cuartos de hotel, tardes fallidas, gatillazos en la penumbra del flash. Ni siquiera sospechan que lo peor de los sueños es hacerlos realidad.
En el bar, sin reparo, a gritos, desarmando el futuro de los demás. Su niño jamás irá al verdeo, a recoger fruta con los rumanos. Su niño no trabajará de albañil, ni será víctima del paro. Nunca será carne de andamio. Repartidor, reparador, camarero.
En la vida correrá peligro de enredarse con las mareas si fuera pescador. Su niño se casará con la hija del dueño de una ganadería. Comerá con alcaldes, se sentará a la derecha de la derecha más terca. Habrá plazas con su nombre, hasta en las bibliotecas se dirá algo de él. La iglesia declarará que fue inmaduro en su primera anulación matrimonial, se casara más veces si Dios así lo ordenara.
El Niño mira al suelo fotografiándolo, jurando olvidar ese bar hediondo en el futuro, no querrá saber nada más de esa panda de “pringaos” cuando sea matador. Jamás volverá al pueblo, solo para un pregón. Cuando su madre llame tendrá a alguien para contestar diciendo que el “maestro” esta en América o en una corrida benéfica.
Estos días quedarán como la bruma, remotos e indigestos “como el mierda Colocao este”. Estas tardes llenas de padres locos por él, los olvidará sistemáticamente .Sabrá olfatear de lejos al enemigo. ¿Qué se puede esperar de alguien con su vida consagrada a matar? ¿Ahora dónde queda exactamente el Tercer mundo?
Richard Villalón