Es verdad, no me acuesto con cualquiera.
Es verdad, no me acuesto con cualquiera.
Aun así, no soporto la saliva intensa de los políticos, ni
el color de los pies pedicurados de las
señoras ministras. Me repele el nerviosismo intenso y diabólico de los sacerdotes
medio desnudos, en los baños públicos… Y el cataclismo de las amas de casa, dudando
en haber apagado la vitrocerámica cuando escapan conmigo, al ultramundo del placer inventado, rojo solar, tinte ecológico
natural, cotidiano…
Tampoco resisto el aliento de los turistas sexuales, ni la
rebajita estúpida del dos por uno. Odio su afán de fotografiase junto a
cualquier tontería, por el solo placer de acumular imágenes, humillando el paraíso
encontrado. Reconozco con temor que algunos viejos, logran hacerme suplicar un
Alzheimer piadoso, para olvidar aquellas batallitas anteriores. Sus triunfos
inútiles de pañal usado, el olor de sus dentaduras amarillas, su época pisada, plisada, pasada…
Amo los besos bisexuales desesperados, logran ponerme los pezones duros. Adoro la erección
de los ahorcados, el ritmo feroz de los narcotraficantes, el sentido rubor de
los diputados, las pelvis mal afeitadas y húmedas de los rectores y los disolutos
capitanes de barco… Las palabras
discordantes de los médiums mediáticos. El acertijo incandescente de las
sirenas varadas, las mujeres-hombre–hambre. El faro encendido durante el terror de las tormentas,
el regodeo de la decencia cuando queda
desnuda. Las palabras tensas, la bragueta a punto de estallar. Aquella filosofía
concreta de cualquier palabra obscena, respondiendo a la estupidez exacta de lo
correcto.
Lo sé, está mal decirlo. ¿Por qué callarlo?
El sexo ha sido mi religión, eso no ha causado avería, ni ha
cambiado la órbita original de ningún planeta. Me ha hecho cantar, callar,
“magicar” en el tiempo necesario. Sufrir, guisar y gozar lo suficiente como
para aprender la genialidad de lo fugaz, lo peligroso de lo perenne, lo inútil
de inventar un unicornio en un barrio plagado de pesimistas ideas suburbanas…Como
si Carlitos Marx, con un palo de golf en la mano, hablara mal de las derechas,
en un territorio donde eso no es un mal, sino un hábitat natural…
Apenas me entrego, algo invade mi corriente sanguínea, le
explica sus mareas, le pone cordón umbilical a esta salada soledad. Distribuye
buenamente el equilibrio de mis talones débiles, el puerto insólito que es una caricia
cuando llega la bondad envenenada de los extraños. Es como si estuviera dando
de beber, aquella agua cambiada por vinagre, a Jesusito en su cruz. Igual que el
freno preciso antes del descarrilamiento y los lamentos. Ese ratón asustando
inexplicablemente la voluminosidad
terrible de los elefantes, la música
que envuelve hipnóticamente a las cobras cuando bailan danzas delirantes…
Es mentira que me he acostado con muchos, han sido los
necesarios.
Necesitados de ese latigazo
importante para despertar, ese pisotón en medio de la muchedumbre singular, ese mordisco despertador de la
yugular, esa mentira piadosa para poder resucitar, esa llamada opaca manchando
la clandestinidad, ese “The End” famoso necesario para acabar. Ha sido urgente
para los invitados a mi nave nodriza,
saciar con placer la necesidad de
hacerse querer, besar en vez de morder ,morder en vez de matar, jugar en vez de
destruir, mover en vez de inmovilizar, saciar en vez de perder. Vivir aprendiendo
a morir…
Me he entregado generalmente en la calle, bajo sombras. De
pie como un astronauta alucinado, mirando las estrellas. En casas lujosas, en
el habitáculo de un confesionario, en la milimétrica morbosidad de un ascensor
cayendo en picada. Bajo la lluvia, a pleno sol, como una estatua, como un cyborg, como un paciente, como un doctor…
Mi alma y mi cuerpo acabaron oliendo a nicotina de
ferrocarrilero estrábico en Correos Centrales
de Lima. A pizza de milanés borracho en los museos de El Cairo .A chifa peruano
con mulato zambo-claro. Oliendo a tequila de Tepito, a ardiente vodka congelado
en el Metro de Moscú .A helado sabor maracuyá en Belem do Pará, a fresas en los
bosques de Alemania. A canguros en el lago Burley Griffin' de Canberra, a higos borrachos en las costas
de Marruecos. A pie de atlético atleta, en el departamento de Arequipa. A
sobaco de rabino santo en las playas de Haifa. A político “lloriqueante” en el
barrio de La Madeleine de París, a socialista errado en los teatros
intelectuales de Madrid, a vendedor de humo en las revistas de Punta Umbría, a cuáquero
arrepentido en California Beach. A príncipe destronado en los alrededores de Ámsterdam,
a Medina incendiada en los callejones de
Tetuán, a trombonista herido en los bares de la Habana, a disparo letal en
Tijuana Capital. A Ministro de Hacienda y Crédito Público en México Distrito Federal.
A Eurodiputado en Venecia sin ti, a
lugarteniente del miedo en la China donde
ya no se dice Pekín. A gigante alado bueno en Espartinas, Sevilla- espejismo- amada,
a domador de la paz en un coche en Berlín…
Vida de autopista, alumbrada por los ojos de un gato narcisista.
Maquillada, digerida y bebida trago a sorbo, comida con la lentitud de un
orfebre, pintada con lágrimas de cocodrilo equilibrista, amante , cantante solista.
Vida seducida bajo
los puentes, en la intemperie de su propia voluntad, vida de artista, corazón
de samovar, fastuosas conversaciones estelares y rutilantes con Pilar.
Vida que construí soñando, escapando de aquel, que uno es, cuando
la tristeza acierta en el centro de la
calavera. Misteriosa, depredadora, mística, sonora y sonante, trepidante como
cualquier número impar…
Richard Villalón
Sevilla24 de Agosto 2013