lunes, 5 de mayo de 2014

Tía Margarita


Tía Margarita usaba trenzas  negras, brillantes de cintas y olor a romero,” cargaban electricidad”, según su marido. Tenía ojos tristes, de yaraví, labios casi morados con un tic nervioso, una convulsión parecida a los estertores de la muerte  sorpresiva de un cóndor apedreado en un campo de maíz.
Llegó naufragada a aquella casa  llena de maderas  cantarinas, humo de fantasmas lerdos, claros, sin misterios, perezosos. “Se cansan más aquellos que no trabajan…” decía mi bisabuela, haciendo cuentas entre sus numerosos hijos, no le cuadraba a quien mejor había querido con el resultado  anémico del cariño.
Tía Margarita fue la primera versión de lo exótico conocida en mi vida. Pintaba las uñas de sus pies, se negaba a comer con cuchara ciertos alimentos  y  devoraba la fruta sin pelar. Olía a colonia inglesa, era moderna como las aspirinas  que tomaba cada vez que su tabaco rubio se agotaba en ese lugar, tan fuera de su lugar.  Hablaba de las ventajas del ascensor…
Venia de un pueblo supuestamente lejano, al cabo de los años descubrí que solo estaba a 200 Km. Esa circunstancia irrelevante hacía que sus hábitos parecieran raros. Cantaba por ejemplo. Tarareaba canciones para barrer, para bordar, para subir más rápido la levadura dentro del pan. Canciones para reír y cuando harta, se ponía a llorar, decía que para llorar, lo mejor era llorar. No llenarse de alcohol y vomitar la tristeza cantando…
Cambiaba desenfadada las letras de la iglesia, bailaba con la escoba, usaba condimentos perecidos a piedras preciosas .Las empleadas  se paraban a escucharla horas deteniendo sus faenas. Es más, cuando tía Margarita llegó a la casa, las malas lenguas aseguraban que las gallinas llegaron a poner hasta dos veces al día huevos de doble yema, las vacas morían ahogadas en la leche de sus propias tetas  y las conejas  se comían los testículos de los machos agotados, alucinadas, llenas de un sudor plateado, luego de  tanto follar …
Volvió locos a los hombres de la familia, trotaban como caballos cuando ella  caminaba lenta hacia el pozo. Margarita era una demonia según las mujeres y  una yegua en celo eterno para esos  señores  que parecían disfrazados de militares, abogados, médicos, maestros, notarios, curas, farmacéuticos en la oscuridad maléfica de  los pueblos de cordillera. El deseo al final desnuda  al humano, convirtiéndolo en lo que su aparente realidad pretende disimular.
Haber desenmascarado públicamente a sus familiares, delatando sus hambres, sus necesidades  primarias fue la punta del hilo, en el ovillo eterno del odio desquiciado de mi abuela .Allí comenzó su aborrecimiento ciego, mi abuela, sistemáticamente hizo de Tía Margarita el blanco perfecto para disparar la cerbatana venenosa que es la desconfianza. Sus hermanos, tíos, cuñados, sobrinos, nietos habían caído hechizados por esa forastera fatal, acusada de haberle  robado la voluntad a su mejor hermano .Margarita y sus artes se encargaban de hacerlo sentir pequeño, minúsculo ante la parentela. De llevar la bragueta abierta, reírse en medio de los entierros y jugar a cambiar de lugar las lápidas de los muertos del panteón familiar, para según él, confundirlos y a ver si de una puta vez se acostaban  hombre con hombre y mujer  con mujer sin ningún problema como cuando estaban vivos.
Mis tías además decían que en la cocina, Tía Margarita, hacía cosas extrañas .La solterona mas amargada aseguraba haberla visto  elevarse para alcanzar la lámpara vieja del salón de la casa. Ella por su parte, sonreía burlona. Un verano en la mesa aseguró que no era malo ser ignorante, lo malo era sentirse orgulloso de eso y lo peor, no enterarse.
Cuando avanzaba la noche en esa casona  inmensa, intensa como un mar previo al tsunami, se escuchaban los ronquidos de la familia, pedos, “ayes “de pesadillas, jadeos como de cuyes  “cachando” y mujeres  enmudecidas, sorprendidas por maridos cabalgando una soledad perpetua como las letras de una biblia…
La familia suponía ser “la mejor” por el peregrino hecho de haber traído el ferrocarril al pueblo, las aceitunas en salazón y  el bórax curtidor del cuero. Siendo dieciocho hermanos, ricos hasta la vergüenza, vivían albergados, hacinados, alucinados  bajo el calor de la seguridad de un clan. Despreciaban al resto del mundo, hablaban ladrando acerca de lo nacional, era su símbolo sempiterno. Su patrimonio eran tradiciones nefastas. Según su manido evangelio de miserables ricos, aseguraban que allí no existían pobres, solamente gente  ociosa muriéndose de hambre por seguir  los vicios  de sus padres.
Su ciudad era la mejor del orbe, resultaba inútil atravesar  el mundo para enterarse, el paraíso era ese lugar. Nadie aclaraba por que  se fusilaba con pasmosa facilidad  y se condenaba a cualquiera por el hecho  de no estar de acuerdo.
Con tía Margarita aprendí a odiar ciegamente las banderas, a deducir que los nacionalistas “banderistas” son villanos  irredentos, obscenos  hasta sus sentimientos, capaces de aseverar una historia construida a su manera,  adobada en sentimentalismos babeantes y “llorantes”. Dibujando en el aire de su delirio, para ellos, siempre hubo alguien robándoles, sus Alcaldes  eran incorruptos como cuerpos  de Santo, en sus manos la tierra entera sería mejor… “Si desaparecieran los asquerosos aquellos que  piensan en la puta humanidad y no en sus paisanos.”
Tía Margarita cuando hablaban de patria repetía entre sonriendo y asustada: "El nacionalismo es la piel de cordero que utiliza el lobo racista". “Hablar de humanidad es siempre muy bonito, pero cuando se trata de  engañar al prójimo se van a la mierda esos discursos terriblemente usados, decolorados como la túnica de la Virgen que  cada año sale en procesión”.
Margarita repetía ya confundida, casi cansada, estaba allí por su marido. 
Domingos más tarde, cuando la  descubrieron ensangrentada  había abortado  de un tropezón en el  río, aquel fatídico almuerzo  espantada por mis tíos y familiares que cantaban sobre un mantel hecho con la bandera nacional: “El mejor pueblo era su pueblo, habría que disparar  hasta a las palomas que no fueran de aquí.”
Las mujeres de la familia aseguraban que había sido a propósito. Ella llena del color opaco de los vidrios de una iglesia, confesó a gritos espantados que el mejor regalo para su hijo era haberlo librado de nacer entre la  maleza  hedionda de esa  maldita familia…
Nunca dejó de asombrarme  sus ganas de querer, su profundo amor  hacia mi tío escuálido, feo con ganas .Él recitaba como un gurú las dulzuras de su mujer, caminaba la casa  flotando cuando salía de su alcoba  e iba despavorido a tomarse una  copa, porque según él, había visto a Dios  pelando una gallina que en realidad era un ángel  y al demonio pastando en  paz … mientras él eyaculaba  a gritos  como un cerdo dentro de ese templo fabuloso que era el cuerpo de su mujer...
Su mujer, el territorio que nadie le podría arrebatar, porque en realidad la patria es el lugar donde vive  completamente  libre la libertad.
Tía Margarita enorgullecida comentaba sin pudor que su marido, atrapado dentro de ella  volvía a la carga, sin sacarla para enjuagarla, tres veces seguidas. Reía, cuando él en un bautizo, aseguraba que la mejor manera de gozar era con un dedo dentro del culo y en vez de marcha atrás,  sus movimientos eran para delante, aunque entrara por detrás.
“Estaban poseídos, por eso mismo Dios no les daba hijos. Eran cada día más jóvenes porque el diablo les tenía un papel firmado. Eran más ricos de lo debido porque su dinero nunca se enterraba en la codicia de un supuesto futuro.” Los rumores  revoloteando por las calles empedradas de esa supersticiosa ciudad  llegaban a manchar las estatuas, a levantar preguntas:” ¿Y si eso fuera mejor que rezar o perseguir candidatos  safios que luego dejan todo igual? No importa si de izquierdas o de derechas, al final ellos siempre pisan a los de abajo.
Margarita gozaba hasta el límite afilado del dolor, peinaba sus trenzas  inagotables de deseos, rutilaba como la extraña estrella que llegó a ser…
La familia  nunca aceptó su alegría,  el aire refrescante que traía consigo para evitar asfixias. La condenaron  entre aparentes comprensiones, nada de compasión .Por eso, cuando esa  mañana negra Margarita salió  corriendo en su caballo, nadie supuso que  un rayo la esperaba para cocinarla  a fuego violento  en esa grupa cariñosa hasta el orgasmo…
Para enterrarla tuvieron que abrir una zanja ancha, fue imposible descabalgarla. Sus horquillas habían sido el pararrayos que la desintegró fundiéndola con su caballo. Mi tío se negó a la misa.
Cuando llegaron  sus misteriosos  y decentemente vestidos padres de aquel pueblo supuestamente lejano, me enteré  que también ellos la odiaron  por irse con un forastero.
Ni las palabras afiladas de mi familia en el cementerio me han hecho olvidar a Tía Margarita y juro que nada desde esos años me ha supuesto tanto miedo, como quedarme lejos de mi país y que me maten a golpes, a cuchilladas, a balazos, a dudas, a falsas amabilidades. Porque eso somos al final, animales territoriales custodiando un panteón empedrado de tiranos, abrillantados como héroes.
Me pregunto si a donde llegamos después de muertos, habrá esa porquería de ser nacional. Si se exigirá pasaporte o carnet de identidad creando en ese mismo instante el infierno particular que resulta pertenecer a un solo lugar…

Richard Villalón
Sevilla jueves, 19 de diciembre de 2013
Ilustracion "Tórtola " De Isabel Chiara

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