sábado, 13 de junio de 2009

The Milk Brothers


Tu número telefónico repitiéndose dentro de mi camisa, consiguió dejarme igual a un semáforo en medio de la garúa limeña. Mamá repetía: “es un hombre raro”. Tus ex-mujeres nunca hablaban mal de ti, te evitaban. Mis amigos auguraban:”… ese huevón mira igual a cuando uno tropieza en la calle con un ciclista recién atropellado y no hace nada por socorrerlo, ese “pata” es un hombre malo”. No les hice caso. Busqué un pretexto, la Avenida Larco a los quince años era una vitrina opaca, sin monedas para comprar. Al traspasar esa primera vez tu puerta, mi corazón se desbocaba. Preguntaste amable si buscaba agua, los vellos de tus manos al acercarme el vaso fueron un rayo de electricidad.
Hablamos de Velasco Alvarado, el círculo universitario, si los desaparecidos eran un cuento. Palabras lentas, luces sicodélicas imaginarias, la velocidad del mundo ralentizada. Jugamos como quien juega con un ratón, viéndonos tras la cámara oscura del deseo, adivinando un habitante alado agazapado detrás del silencio intempestivo.
Una cicatriz quedó de ese encuentro. Tu olor permaneció dentro de mí. Pasaron las semanas raudas, un viernes tomando guinda en la Huaca Juliana, acabé cortando con mi enamorada. Aceptamos aliviados algo presentido desde aquella vez que aburridos nos prodigamos.
Odié cada paso de la Avenida Larco, aborrecí que fueras amigo de mi mamá. Las madres se equivocan poco. Supuso mi caída en tu trampa cuando nos presentó. Mi desasosiego la hizo animarme a irme a Chosica o a Huancayo a ver las dos cordilleras retándose en hermosura y soledad. Una tranquilidad maquillada tranquiliza siempre a los demás.
La frustración personal despertó el rojo en mi espíritu. De buenas a primeras me encontré pintando carteles en el zanjón .Odiando a la Junta Militar, a los rochabuses, a la desigualdad del mundo. Reconvertido fui alfabetizador voluntario, minero impostado, campesino alegre, obrero exaltado. Viendo a Cuatrotablas terminé comprendiendo perfectamente la retórica del vacío. Luego con “Yuyachkani” acabé dándome de bruces con el panfleto, la sedición fatua, el odio cholo disfrazado de vanguardia cultural.
Las huelgas pintaban romanticismo “huachafo” a mi falsa insubordinación. Mi rebeldía confundía la pasión negada con la lucha social.
Cuando “Tiempo Nuevo” dio un recital en La Cabaña te vi con un chico francés poniéndote su cigarrillo encendido en los labios. Lo acariciabas con la satisfacción de haber recuperado a un animal domesticado.
Al salir del teatro imaginé una persecución policial. Como no me persiguieron, frustrado y rabioso maldije con todas las fuerzas “al pueblo unido”, mi separación diametral de tu vida fascinante. Caminando por Paseo de la República, subí por el Jirón de la Unión y en Plaza San Martín le grité ¡Maricón! a un señor que no era maricón.

¡Qué bien mirabas, Lucho, que bien asaltabas! Sabías licuar la sangre. Llamabas a mi madre hablándole de mi talento, le aconsejabas mandarme a Europa:
” ..Tu hijo en Lima se va asfixiar, es un “chibolo” muy inteligente, haz un esfuerzo, acabará en Sendero Luminoso…”
Una tarde luego del colegio, te descubrí desnudo en el pasillo de mi casa llena de ventanas, al lado de una costilla de Adán... Me miraste sonriendo y comprendí tu astucia. Usaste mi confusión, mi debilidad para acceder a mi madre.
Oí tu orín llenando de ruido la acústica del baño, ¡Tú si eras un cabrón terrorista! Tomaste lo necesario, incluso te afeitaste. Saliste de casa, mi madre nerviosa, contrariada, no acertaba a decir algo. El olor a Acqua Velva dejó tu sordidez ambientando la escalera, las toallas tenían tu cara satisfecha, al revés del famoso sudario de Turín.
Tu Volkswagen naranja con el tiempo, aun repercute, es un desfile patrio en mis madrugadas. Como una losa pesan ciertos recuerdos.
Dos meses después, en “El Perseo” nos reconocimos en la escalera. Llevabas un polo Lacoste, pelo mas largo, tus amigos festejaban algo carente de gusto. “La Chola Caderona” volvía loco al personal y Roberta Flack asesinaba suavemente con su canción. Al despedirnos ratifiqué, Dios es caprichoso y tenaz escogiendo castigos.
El jueves siguiente aparecí en la Iglesia del Colegio San Agustín, mi colegio, un cura español pidió explicación de mis tristezas. Hablamos del pecado, las dudas… Sentí tu aliento imaginario en la nuca. Besé automáticamente al cura en la boca. Enredados como pastores alemanes, animados los demonios, “cachamos” equilibrándonos en el coro. Perfectamente inventé en otro cuerpo, el cuerpo deseado. Lima llamaba desde lejos, el sacerdote oliendo aun a sexo, dio un discurso sobre la discreción y su “putamadre”. Autómata, zombie, sudoroso, yo llevaba tu dirección en el instinto.
Llegando a tu casa desaparecieron las palabras, apareciendo una serie de imágenes rebobinadas, corriendo, una saliva intensa fracturando itinerarios. La desnudez, la sensación de tu piel conformaron la pieza ausente de mi rompecabezas .Eras esa otra mitad ansiada para evitar la rotundidad el frío. Por ese método equiparé: (*) “Cachar” y amar, siendo igual, no son lo mismo.
No subsistieron heridas de esas sombras, persistiendo tu olor a pisco debajo de la axila derecha y tus pelos rubios en mi calzoncillo verde.
Al dejarme en casa, mi mamá te vio. Entré alucinando, dichoso al comedor.
Mamá alegremente triste tenía mi pasaje a Europa. Aliviado decidí dejarte lejos de mi bondad por mucho tiempo…
Comimos sopa a la minuta y tallarines verdes. Al servir la mazamorra, una cuchara tropezando nos hizo reír divertidos y locos. Éramos madre e hijo despidiéndose de sus miedos. Transformados extrañamente, gracias al azar y a ti, en “hermanos de leche”.

(*) Cachar Peruanismo que habla de la conjunción copulativa.

Richard Villalón