lunes, 26 de agosto de 2013

Es verdad, no me acuesto  con cualquiera.


Es verdad, no me acuesto  con cualquiera.
Aun así, no soporto la saliva intensa de los políticos, ni el color de los pies  pedicurados de las señoras ministras. Me repele el nerviosismo intenso y diabólico de los sacerdotes medio desnudos, en los baños públicos… Y el cataclismo de las amas de casa, dudando en haber apagado la vitrocerámica cuando escapan conmigo,  al ultramundo del placer  inventado, rojo solar, tinte ecológico natural, cotidiano…
Tampoco resisto el aliento de los turistas sexuales, ni la rebajita estúpida del dos por uno. Odio su afán de fotografiase junto a cualquier tontería, por el solo placer de acumular imágenes, humillando el paraíso encontrado. Reconozco con temor que algunos viejos, logran hacerme suplicar un Alzheimer piadoso, para olvidar aquellas batallitas anteriores. Sus triunfos inútiles de pañal usado, el olor de sus dentaduras  amarillas, su época pisada, plisada, pasada…
Amo los besos bisexuales desesperados, logran  ponerme los pezones duros. Adoro la erección de los ahorcados, el ritmo feroz de los narcotraficantes, el sentido rubor de los diputados, las pelvis mal afeitadas y húmedas de los rectores y los disolutos capitanes de barco… Las palabras  discordantes de los médiums mediáticos. El acertijo incandescente de las sirenas varadas, las mujeres-hombre–hambre. El faro  encendido durante el terror de las tormentas, el regodeo de la decencia cuando queda  desnuda. Las palabras tensas, la bragueta  a punto de estallar. Aquella filosofía concreta de cualquier palabra obscena, respondiendo a la estupidez exacta de lo correcto.
Lo sé, está mal decirlo. ¿Por qué callarlo?
El sexo ha sido mi religión, eso no ha causado avería, ni ha cambiado la órbita original de ningún planeta. Me ha hecho cantar, callar, “magicar” en el tiempo necesario. Sufrir, guisar y gozar lo suficiente como para aprender la genialidad de lo fugaz, lo peligroso de lo perenne, lo inútil de inventar un unicornio en un barrio plagado de pesimistas ideas suburbanas…Como si Carlitos Marx, con un palo de golf en la mano, hablara mal de las derechas, en un territorio donde eso no es un mal, sino un hábitat natural…
Apenas me entrego, algo invade mi corriente sanguínea, le explica sus mareas, le pone cordón umbilical a esta salada soledad. Distribuye buenamente el equilibrio de mis talones débiles, el puerto insólito que es una caricia cuando llega la bondad envenenada de los extraños. Es como si estuviera dando de beber, aquella agua cambiada por vinagre, a Jesusito en su cruz. Igual que el freno preciso antes del descarrilamiento y los lamentos. Ese ratón asustando inexplicablemente la voluminosidad  terrible de los elefantes, la música  que envuelve hipnóticamente a las cobras cuando bailan danzas delirantes…
Es mentira que me he acostado con muchos, han sido los necesarios.
Necesitados de ese latigazo  importante para despertar, ese pisotón en medio de la muchedumbre  singular, ese mordisco despertador de la yugular, esa mentira piadosa para poder resucitar, esa llamada opaca manchando la clandestinidad, ese “The End” famoso necesario para acabar. Ha sido urgente para los invitados  a mi nave nodriza, saciar con placer  la necesidad de hacerse querer, besar en vez de morder ,morder en vez de matar, jugar en vez de destruir, mover en vez de inmovilizar, saciar en vez de perder. Vivir aprendiendo a morir…
Me he entregado generalmente en la calle, bajo sombras. De pie como un astronauta alucinado, mirando las estrellas. En casas lujosas, en el habitáculo de un confesionario, en la milimétrica morbosidad de un ascensor cayendo en picada. Bajo la lluvia, a pleno sol, como una estatua, como un  cyborg, como un paciente, como un doctor…
Mi alma y mi cuerpo acabaron oliendo a nicotina de ferrocarrilero estrábico en  Correos Centrales de Lima. A pizza de milanés borracho en los museos de El Cairo .A chifa peruano con mulato zambo-claro. Oliendo a tequila de Tepito, a ardiente vodka congelado en el Metro de Moscú .A helado sabor maracuyá en Belem do Pará, a fresas en los bosques de Alemania. A canguros en el lago Burley Griffin'  de Canberra, a higos borrachos en las costas de Marruecos. A pie de atlético atleta, en el departamento de Arequipa. A sobaco de rabino santo en las playas de Haifa. A político “lloriqueante” en el barrio de La Madeleine de París, a socialista errado en los teatros intelectuales de Madrid, a vendedor de humo en las revistas de Punta Umbría, a cuáquero arrepentido en California Beach. A príncipe destronado en los alrededores de Ámsterdam, a Medina incendiada  en los callejones de Tetuán, a trombonista herido en los bares de la Habana, a disparo letal en Tijuana Capital. A Ministro de Hacienda y Crédito Público en México Distrito Federal. A Eurodiputado en  Venecia sin ti, a lugarteniente del miedo en la China  donde ya no se dice Pekín. A gigante alado bueno en Espartinas, Sevilla- espejismo- amada, a domador de la paz en un coche en Berlín…
Vida de autopista, alumbrada por los ojos de un gato narcisista. Maquillada, digerida y bebida trago a sorbo, comida con la lentitud de un orfebre, pintada con lágrimas de cocodrilo equilibrista,  amante , cantante solista.
Vida seducida  bajo los puentes, en la intemperie de su propia voluntad, vida de artista, corazón de samovar, fastuosas conversaciones estelares y rutilantes con Pilar.
Vida que construí soñando, escapando de aquel, que uno es, cuando la tristeza  acierta en el centro de la calavera. Misteriosa, depredadora, mística, sonora y sonante, trepidante como cualquier número impar…


Richard Villalón
Sevilla24 de Agosto 2013